marzo 15, 2018 - abril 21, 2018

Martín Bonadeo

Cruz del Sur en la Tierra

LA MONTAÑA MÁGICA
(Fragmentos de Altre viaggio, un borrador sobre Pacha Kutic Wanka de Martín Bonadeo)

Gustavo Buntinx

[…] Tal vez alguna clave hermética de la misión Don Bosco se encuentre en una de sus manifestaciones menos conocidas. Los refugios de altura.

De Altura: es también por vocación mística que la Organización Mato Grosso (OMG) ha creado, allí donde los glaciares retroceden, media docena de albergues con arquitecturas de materiales casi siempre esenciales: piedras, maderas. Casi siempre locales. Es al espíritu del lugar que estas residencias apelan. Al genius loci. Para acoger, en principio, a los viajeros aventurados que recorren estas cordilleras de gran belleza y mayor misterio. Los empleos que así se generan les proporcionan a los pobladores inmediatos una subsistencia adicional, es cierto. Pero también otro arraigo. Un apego nuevo a sus tierras más remotas y difíciles.

Y más sublimes. En relación directa con los cerros mayores. Muy cerca a los cielos.

La prima natura. También la cultura primera: en las cercanías del gran nevado Contrahierbas se desperdigan los restos de aldeas y adoratorios ancestrales. Ruinas tan incógnitas como las que llevan el sugerente nombre de Quishuar, alusivo al árbol agreste y sagrado que logra enraizarse en elevaciones inhóspitas para casi toda otra especie.

Tras construir en los alrededores un refugio incitante los salesianos implementaron en aquel yacimiento un programa de prácticas arqueológicas para los jóvenes de la zona. En su búsqueda siempre activa de desvaríos renovados, cuando surgieron obstáculos burocráticos para ese trabajo la OMG optó por edificar una ruina nueva. A dos o tres kilómetros de la antigua. Y a más de 4000 metros sobre el nivel del mar. Sin utilizar técnicas que no pudieran ser conocidas por los gentiles.

Todo parte de la experiencia de retiros religiosos y voluntariados laborales que en ese entorno reúnen a la juventud rural organizada por los círculos de oración de Don Bosco. Las fotografías de esos procesos, tomadas por Simone Rota, encargado angélico del albergue, son conmovedoras: centenares de muchachos ––andinos, italianos–– acarreando al hombro piedras de toneladas de peso. Como si andas procesionales fueran.

Templos y viviendas flamantes, pero de apariencia prehistórica, van integrándose así, amablemente, al paisaje. Como una irrupción postmoderna de lo arcaico. O de lo eterno. La motivación práctica de todo ello resulta borrosa. La espiritual es visible por doquier. En la pacha, en la cocha, en el ichu.

En el horizonte circular, panorámico, de cordilleras infinitas que circundan la meseta trescientos sesenta grados a la redonda. En las lagunas próximas que todo lo espejan. En los recios pastos andinos que le otorgan a esas alturas su vegetación casi única, su identidad áspera y salvaje. […]

En una pendiente cercana a esa visión Pacha Kutiq Wanka instala su prodigio más delirado: bajar la Cruz del Cielo a la Tierra. Y devolverla al empíreo como un reflejo en las aguas empozadas al pie de esa ladera. Un espectro que sin embargo se materializa desde la más esencial y bíblica de las materias. La sal gruesa de la tierra: en una vivencia impresionante, ochenta oratorianos se sumaron al proyecto llevando a cuestas una tonelada de materia primordial […] hasta el altiplano del Contrahierbas. Tres horas de ascenso.

En esa misma puna Bonadeo tejió, con cordeles y estacas, el perfil entrecruzado de cuatro enormes heptagramas: cuatro estrellas de diez metros en la máxima extensión de sus siete puntas, alusivas a los siete planetas de la mente alquímica. O a las siete chakras del cuerpo hinduista. O a las siete moradas del alma carmela.

Con ayudas varias […]el artífice desparramó luego las sales para rellenar cada una de esas tramas, infiltradas también por láminas de micas que acentuaban la mímesis lograda con las nieves del cerro. El efecto de conjunto replicaba, invertida, la Cruz del Sur que en el albor de la noche asoma sobre la cumbre angular de la montaña. La Cruz del Cielo en el Suelo, en un trazo imaginario de setenta por cincuenta metros, visible en su plenitud sólo por Google Earth: la mirada (tecnológica) de Dios.

Un arte fuera del arte, del mundo del arte, del mundo mismo. Y, sin embargo, tan terrígeno. Hay en los cuadernos de apuntes de Bonadeo, en sus códices, un dibujo escueto ––hermoso–– del perfil cordillerano del Contrahierbas, delineado apenas por trazos mínimos que esbozan además la constelación en el firmamento. Y su inversión salar en la tierra. Y su reiteración flotante en el agua.

La Cruz del Sur, una y trina.

O tetra: hay también una hora véspera –––bellísima–– en la que al reflejo del signo terreno se le va sumando el celestial, conforme la noche cae. En ese tránsito el tres deviene cuatro, la trinidad cristiana incorpora la cuatripartición andina. La chakana. […]

[E]sa traslación del Cielo a la Tierra (y viceversa), esa transfiguración del Tres en Cuatro (o viceversa), resume la trigonometría espiritual que fusiona la teología cristiana y la mística ancestral. O incluso gramatical: la palabra traslación alude al movimiento de los astros en el espacio, pero también al desplazamiento de los tiempos verbales en el habla que deliberadamente trastoca los modos lingüísticos del presente y del pasado y del futuro. Y del condicional.

En el más vasto sentido. La (in)condición humana. El trastabilleo del alma.

O el descenso y ascenso del alma por la belleza: entre las revelaciones más personales del ejercicio espiritual que para nosotros sigue siendo Pacha Kutiq Wanka se encuentra el reencuentro continuo con ese altro viaggio (Dante) de Leopoldo Marechal.

Ese religare neoplatónico de la estética más celestial pero telúrica (o al revés). […] Así lo intuí desde mis primeros acercamientos reflexivos a la labor y la oración de Bonadeo. Pero es al compartir la experiencia física del Contrahierbas que ambos literalmente incorporamos aquella ética otra en la praxis vital de ese subir y bajar, ese “andar en los cerros” que “te habla de algo más allá”: son palabras de Armando Zappa, el voluntario italiano, hoy sacerdote, que dio el aliento principal para el alucine de la creación de una ruina nueva. Que es la inspiración también del desvarío nuestro. […]

Nuestra constelación derribada sobre la montaña. Una cruz invertida, como la que se le atribuye al martirio de San Pedro, quien no se consideraba digno de morir en la misma posición que Jesús.

Es precisamente un 29 de junio, Día de San Pedro y San Pablo, que Bonadeo culminó su intervención cósmica activándola mediante una liturgia espontánea, impensada, de radical simpleza.

En las primeras horas de esa mañana el artífice ascendió, acompañado, hasta la superior de las estrellas físicas, que es la inferior del símbolo. Esparció llaves [, otro atributo de San Pedro,] entre las sales. Seccionó wachumas. Configuró espirales con esos recortes. Cruces, estrellas. Uno de sus dedos quedó herido y algo de sangre cayó sobre la ofrenda. […]

Luego Martín alzó a los aires y hacia sus labios un pututu, esa sugerente concha marina que es el gran instrumento ritual de la música andina. De él extrajo con sus soplos, con dificultad, un sonido lúgubre que repercutía entre las naturalezas y las culturas. El sonido del océano en la montaña más elevada. Otra cruz, otro cruce.

Finalmente cavamos, juntos, un pequeño pozo bajo la protección ilusionada de una de las varias piedras hermosas desperdigadas sobre la ladera. Allí Martín enterró la grande caracola y en su interior rendimos nuestras llaves más íntimas. […] Arrojamos entonces hojas de coca. Y derramamos vino de otros Andes, más australes. Sobre todo ello Martín sembró un Sanpedro. Algo entonces dijo, creo, sobre el despegue de las almas.

Y esa nada fue todo.

Una levedad, tan ardua. Como las fatigas para extraer, en la puna, la música atrapada por la trompa marina. Que todavía resuena en mi memoria.

Precisamente por su dificultad, el sonido de ese pututu no apaga al silencio. Lo activa.

Activa, no apaga, al silencio.

Activa al silencio, no lo apaga.

Lo aviva, lo enciende.

Recuerda al alma dormida. Despierta al genius loci, al numen del lugar atrapado en el aire enrarecido de las altas montañas, en su luz extrañamente diáfana. Y en el genio del hálito que lo respira.

Como la “música callada” de los paisajes místicos de San Juan de la Cruz. Su “soledad sonora”. “Poesía no dice nada”, escribía Martín Adán, “poesía se está callada / escuchando su propia voz”. Como el aura. Como el darsan, la denominación esotérica que el sánscrito le otorga al vislumbre fugaz de la aparición divina. De lo divino que apenas concede a mostrarse, por un instante.[1]

Una visión que es apenas un atisbo. Como el por nosotros obtenido hacia la medianoche de la víspera de ese Día de San Pedro y San Pablo. Tras dedicar lo principal de la jornada a la inscripción estelar en la tierra, buscamos en el refugio algún alimento y reposo. Pero luego ascendimos, otra vez, a las faldas del Contrahierbas, locamente, a oscuras, para proyectar con dispositivos láser la Cruz del Sur en el suelo a su constelación en el cielo.

Arrojados boca arriba, entre los ichus, sin oxígeno, a 4,300 metros sobre el nivel del mar, con temperaturas tal vez bajo cero, pudimos entonces ver cómo la Vía Láctea derramaba todas sus leches.

Sobre nosotros.

Sobre nuestras miradas.

Las Moradas.

(Santa Teresa de Jesús).

DESTACADOS

Gastón Herrera

Horarios:

Praxis Buenos Aires
Lunes a viernes: 10.30 a 19.30hs
Sábados: 10.30 a 14hs.

+5411 4813-8639
praxis1@praxis-art.com

COMPARTIR

Para recibir información sobre las exposiciones, haga click aquí