marzo 21, 2024 - mayo 9, 2024

PRAXIS BA | Romina Orazi

Partículas del fuego

Romina Orazi es una artista jardinera. Más allá de su formación y trabajo directo con las plantas, su relación con la naturaleza trasciende los límites de los jardines tradicionales. Su práctica artística se corresponde con aquello que el paisajista francés Gilles Clément denomina jardinería planetaria, es decir, pensar la Tierra como un jardín. Ante las amenazas que se ciernen sobre las formas de vida no humana, la jardinería planetaria se propone como una labor de atención y cuidado, en donde la observación, la cercanía, el conocimiento, la comprensión y el afecto juegan un papel clave. El jardín se despliega como un espacio de transformación que no se acopla a las pautas del liberalismo ambiental, de la economía de mercado y de la incesante búsqueda de riquezas. Ahí emergen posibilidades, recombinaciones y señales de esperanza.

Hace tiempo que el hacer de Romina se emparenta con la naturaleza desde una perspectiva política y ecofeminista. Ha creado refugios, estructuras móviles y jardines, y ha generado condiciones de posibilidad para que la vida suceda. En Partículas del fuego, no obstante, la violencia, la destrucción y el duelo irrumpen con contundencia. Las obras que conforman esta muestra le abren la puerta al horror y exhiben las heridas de la Tierra para que se impriman en nuestras retinas en un vaivén entre pasados especulativos, tiempos trastocados y desastres en permanente presente.

En esta exposición, Romina recurre al género del paisaje para intervenirlo mediante distintas estrategias que escapan a la fórmula del ojo imperial y antropocéntrico de un mundo objetivado. En Inundaciones —1861, 1892 y 1894— y Cascada del Iguazú disputa los relatos de cuatro pinturas fundantes de la historia del arte argentino e infiltra en ellas un paisaje transformado irreversiblemente por la crisis climática. Las obras son El rodeo (1861) de Prilidiano Pueyrredón, La cascada del Iguazú (1892) de Augusto Ballerini, La vuelta del malón (1892) de Ángel Della Valle y Sin pan y sin trabajo (1894) de Ernesto de la Cárcova, todas ellas parte de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes desde sus orígenes; canon artístico de la nación. Desde la construcción de una identidad rural argentina a la naturaleza sublime, y desde la conquista y arrasamiento de los pueblos originarios a la crítica social en un mundo industrial, Romina copia las pinturas decimonónicas que apuntalaron simbólicamente los caminos del progreso y cuela en ellas la devastación ambiental del presente con un matiz siniestro. Lleva la sensación de amenaza global al mismo germen del imaginario moderno del arte argentino.

En esos paisajes se daba la contienda del capitalismo emergente por la tierra, se ordenaban jerarquías y se trazaba un modelo de producción agrícola-ganadero a costa de la explotación tanto del territorio como de las vidas humanas y no humanas. Esos campos inundados siguen siendo explotados en la actualidad. De los grandes latifundios de la agroexportación a pools de siembra, monocultivos y modelos de riego por inundación que terminan por volver estériles las tierras, la concentración de capital agrario siempre encuentra la manera de seguir adelante. Hasta que el planeta no aguante más.

En contrapunto a las reactualizaciones históricas se sitúan las pinturas Incendios y q = mcΔT. En un juego de escalas que va de lo monumental al pequeño formato, se multiplican las representaciones de incendios aparentemente deslocalizados, ubicuos, que resuenan con el aluvión imparable de imágenes digitales de los desastres resultantes de la emergencia climática. De nueva cuenta, la función moderna del género paisajístico se ve trastocada en tanto no hay coordenadas fijas ni un territorio de conquista definido. Lo que se alza es la destrucción, uno y todos los fuegos que se rebelan y se expanden. La transmutación del fuego se convierte en digna rabia y se hace imposible apartar la mirada. A las cenizas las acompañará el calor residual tras la extinción de las llamas. Quizás germinen algunas semillas pirófitas.

Restos de la voracidad del fuego, unos troncos quemados se convierten en objetos pictóricos que se abren como portales a tiempos profundos. Como si de un estudio dendrológico se tratara, en cada corte se revela una imagen de la era paleozoica. Estos paisajes prehistóricos imaginarios, atravesados por las fantasías cientificistas del siglo XIX, remiten a los orígenes de la vida, y entre sus nudos y juntas, insinúan un proceso de regeneración. De la muerte a la vida, la serie Devónico apunta a la ciclicidad y a la transformación. Un retorno al humus y al compost, que también se hace forma en las esculturas de barro de Sedimentos: la humildad de la espera ante la recomposición de la materia.

La agencia de la Tierra vibra en la serie Epifitas. Las formas de seres mitológicos, humanos y animales se emparentan con una flora exuberante, se entremezclan y confunden en un impulso animista. Y es en esa misma sintonía en la que se da la colaboración activa con el árbol que vive a la entrada de la galería mediante una pieza sonora. Esta obra, realizada con el artista Gerardo Sirolli, y con la colaboración de Valentín Kohen Lumer y Valeria Roberta González, cruza el afuera con el adentro, pacta una complicidad apenas audible y repite la frase “no puedo respirar” como una plegaria de justicia multiespecie. En los resquicios, tanto visuales como sensoriales, aflora la potencia de la vulnerabilidad para preservar las condiciones de regeneración en el gran jardín planetario.

Tania Puente
Buenos Aires, febrero 2024

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