Cualquier soñador de llama es un poeta en potencia (…) La llama es un mundo para el hombre solo¨ Gastón Bachelard
La retícula es antinatural, antimimética y antirreal. Es la imagen del arte cuando éste vuelve la espalda a la naturaleza. En la monotonía de sus coordenadas, la retícula sirve para eliminar la multiplicidad de dimensiones de lo real, reemplazadas por la extensión lateral de única superficie. En la omnipresente regularidad de su organización, no es el resultado de la imitación, sino de la determinación estética. Muestra las relaciones en el campo estético como si se produjeran en un mundo aparte, un mundo a la vez anterior y posterior a los objetos naturales. La retícula declara al mismo tiempo el carácter autónomo y autorreferencial del mundo del arte.
Rosalind Krauss, La originalidad de la vanguardia y otros mitos modernos, Alianza Editiorial
Como el soñador al que evoca Bachelard, quizás Pablo La Padula cayó bajo el influjo tentador e hipnótico de la llama en algún inesperado momento de su trabajo como biologo, es decir, en el ámbito del laboratorio y no del taller, aunque en él ambos territorios confluyen necesariamente. Habrá sido entonces cuando esa llama, hasta ahí de uso estrictamente técnico, le reveló que el fuego podía ser no solamente catalizador de sustancias y regenerador de materias, sino herramienta y recurso de transformación de su lenguaje como artista.
Es fácil imaginarse la fascinación de La Padula ante el redescubrimiento vocacional de ese elemento, tan doméstico y a la vez incontrolable, mítico y poderoso, cuando se le ocurrió por primera vez que podía dibujar manipulando la volatilidad extrema de la intocable pincelada flamígera, logrando un tipo de trazo, un modo lineal que no tiene impronta precisa ni pretensión de dibujo formativo. El aleteo palpitante de la llama deja levísimas marcas, tan tenues como diversas en sus espontáneas evoluciones, que vuelan y crepitan en el aire cuadriculado entrevisto en las arquitecturas reticulares del artista, provocando en la mirada lejana la sensación de que detrás del trazadoestructural tiemblan y acechan presencias y movimientos indistinguibles. Esta combinatoria de efectos nítidamente artística es operada por La Padula, sin embargo, en pleno dominio de su temperamento científico, aprovechando programáticamente la racional determinación de la retícula según el sentido de la antinaturalidad que le otorga Krauss, quien también le adjudica la potencialidad de develar el ̈carácter autónomo y autorreferencial del mundo del arte ̈.
¿Tan antinatural, autónomo y autorreferencial como la ciencia?
Todo el sistema de La Padula se nutre de polisemia. El cuadro de gran formato, donde la agigantada imagen microscópica de una libélula delata al detalle los prodigios geométricos de la biología, induce al espectador a percibir buena parte del resto de la obra exhibida como un muestrario de otras formaciones celulares o cristalizaciones de química orgánica, vistas a través del microscopio electrónico. A la vez, la imaginación científica eventualmente cede terreno ante otro de los semblantes que adoptan estos elegantes entramados, que es el de la ilusión espacial, la inducción arquitectónica; de repente, la lógica de estas grillas se deshace en metáfora de ciencia ficción y creemos estar frente a un catálogo de proyectos edilicios terminales, como los del mundo que inventó Ballard. En algún caso, La Padula opta por difuminar toda delimitación sólida de la superficie a partir del desplazamiento y la superposición de sus delicadas rectas quemadas, como si investigara la pura abstracción a partir de un grado mayor de intimidad, así como en ciertas resoluciones más escenográficas parece rozar la cita constructiva o modernista. Aquí, el juego riguroso de planos, luces y sombras concluye en una suerte de maqueta experimental, donde los triángulos, rectángulos y fragmentos trapezoidales se contraponen musicalmente, en un raro receptáculo bidimensional de objetos virtuales. Controlando el cuerpo del fuego con el imprescindible equilibrio entre la intensidad calórica, la tensión, el grano y la densidad del papel, y la resistencia de éste hasta el límite último, hasta el punto en que comenzaría a arder, La Padula encuentra la perfecta distancia operativa para que las volubles evoluciones ígneas se sostengan vivoreando apenas, como contenidas quemazones gráficas sobre un soporte que parece haberse convertido en material fotosensible. Quizás el artista no haya querido elaborar cuadros sino preparados, a ver cómo reaccionan en cada caso los mismos componentes fisiológicos, físicos y energéticos de la cuadrícula, el valor tonal, el espacio hipotético, el geométrico claroscuro, sometidos a diferentes condiciones. O quizás todo eso no sea sino una manera de exorcizar, en plenitud creativa, y sin renunciar nunca a la altura poética, las distorsiones y arbitrariedades que en la mente ordenada e inquisidora generan ciertas deliciosas ensoñaciones, para constatar o desmentir en la práctica la velada invectiva de Bachelard: ̈las intuiciones del fuego son obstáculos epistemológicos ̈.(1) Eduardo Stupía, Mayo 2013 (1) Gastón Bachelard, Psicoanálisis del fuego, Alianza Editorial