octubre 24, 2024 - diciembre 20, 2024

Michelle Dabul | Fandake

Aún antes de encontrar cualquier otra referencia directa que pudiera detectarse, o que la propia artista pudiera enunciar, en relación a sus vínculos vocacionales con la cultura oriental y específicamente la japonesa, desde el título mismo de la muestra, FANDAKE, Michelle Dabul parece advertirnos que vamos a ingresar a un ámbito cuyo umbral de acceso supone la adhesión tácita a una membresía, según se la entiende ahora en las plataformas, y más específicamente bajo la implícita pertenencia al culto de lo que ella define como “imaginación sensual”. En ese sentido, en el cruce de industrialidad y oficio manual, de contemporaneidad y tradición podría encuadrarse la vinculación con el carácter esencial de la serie de piezas que aquí se presentan, en un universo semántico “mixto”, con las subsecuentes manifestaciones visuales y conceptuales de ese pregnante pensamiento.

Por lo pronto, el formato eminentemente vertical de los soportes que se yerguen sostenidos en una altura que triplica su ancho recuerda las telas enrrollables llamadas kakemono o kakejiku, que por lo general exhiben pinturas y desarrollos caligráficos. En evidente sintonía con esa tácita relación, las asociaciones continúan a partir de la evanescente tactilidad y la ensoñación atmosférica a la que la artista se vuelca superponiendo capas de papel vegetal, sobre las cuales ha trazado desarrollos orgánicos de líneas que crecen, se expanden y se interrelacionan, siguiendo patrones de crecimiento a veces incógnitos, a veces afines a la ornamentación naturalista o a la insinuación paisajista.

Vuelven a insinuarse así las nutrientes orientales en la manera en que Dabul concibe experiencial y poéticamente el dilema de la ausencia/presencia como fenómeno del mundo visible, esa entidad que en el budismo se llama mundo flotante y que alude a la naturaleza fugaz de la existencia. Sobre las neblinosas superficies se disemina una fungosa germinación, generando sutiles estructuras generativas de dilucidación tan impalpable como la cualidad del plano que las contiene, cuyas proporciones cobijan con armoniosa naturalidad los aleteos celulares que se multiplican desplazándose en estratos curvos, así como se inscriben en un océano de silencio las resoluciones texturales que se interconectan como las islas de un archipiélago puramente gráfico.

Los delicados recorridos de la tinta china se impregnan en las bases de leves transparencias haciendo que el papel sea apenas una luz melancólica, para que la contención bidimensional se abisme en el espacio que se abre y se sumerge en una paradojal profundidad aérea; los valores intermedios de grises y negros conducen la mirada rumbo a la última vibración fantasmal, casi imperceptible, que sobrevive como un soplo de aliento infinito. A la vez, la aparición de tramas de líneas dispuestas en paralelismos longitudinales o en simulacros de renglones, tajantes como cicatrices sobre una sensitiva epidermis, parecen irrumpir desde otro orden, de manera de alentar estratégicamente al espectador a que descifre esta suerte de enigma polisémico que se despliega ante sus ojos.

Una análoga estimulación se propone también en la pieza instalativa que recibe al visitante desde los ventanales del espacio de exhibición: un objeto de seis metros de altura con resonancias totémicas en su singular corporeidad se impone como hipotético arquetipo de una ritualidad estrictamente concentrada en ningun otro dogma que no sea el perceptivo. Dos grillas perimetrales – una cerrándolo por arriba y otra sustentando la base de apoyo – suman la tensión y el impacto óptico del acero a la amalgama de hilos negros lineales y láminas metálicas microperforadas, en una nueva orquestación de superposiciones que vuelven a disolver toda certidumbre.

Michelle Dabul es una artista empeñada en reflexionar sobre las sinuosidades del lenguaje, tanto en su fatal escisión con el mundo como en su condición de arquitectura nominativa; así se la percibe incluso en sus proposiciones más restringidas, como en ese conjunto de anónimas servilletas con las marcas y manchas que la limpieza de las puntas del rotring ha dejado sobre los democráticos papelitos. Entre esos esos restos casi involuntarios y una materialidad en estado de transición permanente se abre un dinámico espectro de elocuencias y resonancias, la misteriosa fórmula que inmediatamente nos hace sentirnos en la periferia del sentido y a resguardo de las hegemonías formatorias.

Eduardo Stupía
Buenos Aires, octubre 2024

DESTACADOS

Sofía Quirno

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