Luz que ilumina
Por Daniel Molina
El arte es un relámpago en medio de la noche más oscura. Por un instante nos permite ver algo que apenas si permanece en la memoria. ¿Qué vimos? ¿Un fantasma, eco de nuestro delirio? ¿La clave que buscamos desde que éramos pequeños? El relámpago dura un instante, pero lo que entrevimos nos aturde con la misma fuerza que el ruido ensordecedor del trueno que sigue al estallido de la luz. Guiado por una luz tan callada (¡puro relámpago sin trueno!), el arte de Jorge Miño transforma los objetos en alucinaciones mudas.
Los registra para que podamos verlos desaparecer. Apela a un barroquismo inverso: la imagen final procede de la toma fotográfica directa pero solo es posible porque ha sido sometida a una proliferante caligrafía que la transforma en una abstracción geométrica pura. Lo que vemos es real, pero de la realidad no sobrevive más que algún recuerdo borroso. Vemos lo que es imposible ver. Porque desde la imagen captada por la cámara no queda más que el recuerdo (alucinado, preciso a veces, transmutado en otra cosa, inscripto en un laberinto de espejos, rasgado por un tono dorado) es que Miño apuesta cada vez más a nuevos soportes. A partir de las fotografías produce objetos en alto y bajo relieve superponiendo varias hojas caladas de papel vegetal. Transforma la transparencia de este soporte en la opacidad de un cúmulo inestable. Hay algo de juego y de amenaza (en ese juego). Piedra líquida, se diluye porque se consolida: la escalara se ha convertido, para Miño, en un ícono de lo inestable perpetuo. El oxímoron lo define. La escalera es un puente. Va de un lado a otro, pero no hay otro lado. Conecta espacios, pero no hay espacios. Es un universo centrado en sí mismo que nos permite soñar con otros universos. En las muestras anteriores de Miño la escalera era metáfora: indicaba algo que no estaba en la imagen; hablaba de un afuera de la obra. En esta muestra, la escalera es metalenguaje: el signo que habla de sí mismo. De la imaginación a la reflexión, del reflejo a la abstracción, la fotografía de Miño es como una música sin sonido: lo que buscaba John Cage. Hace siglos se la llamaba poesía.