La intimidad de lo real
En las pinturas de Ana Eckell no siempre se ve lo que hay. Esencialmente se ve lo que aparece. Como si uno presenciara el momento en el que las figuras se desprenden del fondo. Vemos lo que bulle tras la película de realidad. El refugio de la ficción. Ana es baronesa rampante. Como Cosimo Piovasco, el personaje de Italo Calvino, ella se va por las ramas y extrae sus frutos. Se va con libros, café turco, pinturas, filósofos, geómetras, niños, ladrillos, fuentes, palabritas, orquídeas, animales, papiros y quinotos. También con Proust, pero en busca del tiempo presente. El tiempo hallado, no perdido. Movimiento que a veces es mordisco. No hay que detenerse frente a sus cuadros. Hay que ir. Y venir. Salirse de cuadro. Encuadrarse. Mejor: encaramarse. Treparse a sus cuadros. Son árboles de dónde brotan sus pinturas. Un follaje lleno de espejos. Allí asoman tigres, mujeres volantes, rodillas quebradas, pies engarzados, columnas, nidos, columpios, rampas, hojas, cilindros, mujeres extensas. Lo que cae, asciende. O se estipula en los márgenes. El fondo funciona como llamado y la voz del agua riega las formas. Ni cubistas, ni surrealistas, ni pop. Y todo eso. Es la trama de Ana. Una trama celeste que proviene de sus ojos y deriva en lila, rosa o verde. ¡Lo que habla con los ojos! Según la charla que se entable, el marrón deviene rojo. Ella me dijo un día: “no trabajo temáticamente, converso con la tela”. En el cuadro discurre el cuchicheo. No dan ganas de perderse la conversación que se gesta entre las mujeres recién llegadas (o recién salidas) y las ramas anfitrionas. Parecen sueños de la corteza. ¿Será posible no irse del cuadro? ¿Incluirse en un cubo que flota, agarrarse de una hoja que pende, enrollarse en un cilindro? ¿No bajarse del árbol será lo mismo que permanecer en el cuadro? ¿Hasta dónde se puede llegar con las manos? Ana llega lejos. Allá por el cielo y el agua. Y tan cerca, acá por las raíces. Sus manos parecen forjadas. Como su obra, misteriosamente humanas. Listas para ingresar en a intimidad de lo real. Silvia Hopenhayn – septiembre 2012